miércoles, 27 de enero de 2016

La Otra

Una en mí maté
yo no la amaba


Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego:
nunca se refrescabas


Piedra y cielo tenía
a pies y a espaldas
y no bajaba nunca
a buscar ojos de agua


Donde hacía su siesta,
las yerbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.


En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada


Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella, yo me doblaba.


La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.


Sosegó el aletazo,

se dobló lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada...


Por ella todavía

me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.


Cruzando yo les digo:
Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada


Si no podéis entonces,
¡ay! olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla!

Gabriela Mistral

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