martes, 3 de enero de 2012

El olor de la vejez

Lo sentí el otro día, cuando quería comprar un boleto de metro y sin querer me acerque a una señora erguida, de paso lento, pero seguro y rostro radiante, no hubiera notado que bordaba los 70 años si no hubiera sido por su olor.
No era hediondo, ni tampoco a colonia inglesa o crema Pond's, muy usada, al menos, por mis abuelas. Tampoco era olor a naftalina o a ropa guardada, no era de su ropa, era un olor natural, de su piel.

Ese olor me llevo a tiempos remotos, a pasajes simples y cortos de mi niñez, como cuando despertaba en la cama de mi abuela paterna. Me recuerdo pequeña, de… mmm… no sé, unos 7 u 8 años, cuando los sábados la íbamos a ver y yo porfiaba que quería quedarme a dormir hasta el domingo. Un par de veces me quede y, claro, dormía con ella. Recuerdo haber despertado sola en la cama y haber sentido el olor de su almohada, me agradaba, un olor dulce que me envolvía y me invitaba a seguir durmiendo. Entonces aparecía la Juana con una bandeja en la mano y una sonrisa que me invitaba a tomar desayuno.

También recuerdo a mi abuela materna, de la cual si que era regalona, me metía en su cama, en sus ropas, en su despensa, en sus muebles... ¡hasta en el baño con ella! ... que paciencia de mujer...

No crean que era todo dulzura, no, ella siempre ha tenido un carácter fuerte, como inspectora de liceo que era, wow, que carácter, si no me creen, le preguntan a las cuidadoras del hogar donde ahora se encuentra.

Entonces me metía en el baño con mi abuela, y ella me duchaba a mi primero, me secaba rápida y enérgicamente para que no me resfriara, me llenaba de colonia inglesa o Ideal Quimera, me vestía y me mandaba a enfrentar el mundo fuera del baño, mundo donde yo ya no contaba con la protección de sus manos para evitar mis resfríos u cualquiera otra monstruosidad que apareciera.
Me encantaba esa rutina del baño, me sentía acariciada cuando me secaba, por ahí también repartíamos algunos besos y abrazos cuando me rodeaba con la toalla.

Fui muy regalona de mis abuelos, sobre todo los maternos, quienes nunca dejaron de llamarme "Barbarita".
3 ya están en el cementerio, mi abuelo Chago, mi abuelita Juana y mi abuelo Rene, de quien tengo tantos tantos recuerdos lindos que debería dedicarle un blog entero.

Mi Mariela sigue vivita y coleando, duele ahora que mi abuela ya no me reconozca, me repito a mi misma que es parte de la vida, pero admito que me he alejado de ella, que me duele hasta el alma verla. Mi Mariela, me gusta cuando aflora ese carácter fuerte de inspectora que hace que cualquiera se quede pequeño a tu lado.

Con ella me hice fanática del té negro. Mi abuela bebía 4 tazas diarias, sagradamente, 2 en el desayuno y 2 en la once, debían ser hechos con el agua hirviendo y ella los bebía así, aunque se quemara la lengua o le corriera la gota de calor en pleno verano. Era una de sus maneras de tomar líquido, nos decía.
También recuerdo sus cazuelas, sus queques y sus tortas… sus tejidos.
Y estoy segura que en mi ADN venía la receta para hacer cazuela y para tejer chalecos. Pero para nada lo de las tortas, si ni los queques me resultan.

Oh abuela, ¿Por qué no alcanzaste a darme la receta?
Ahora solo me queda abrazarte hasta que me aguantes, darte besos que aún te encantan y escuchar tus conversaciones casi contigo misma.
Pero así, viejita y todo, yo te amo abuela.

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