Pensaba
en la mañana que todos los chilenos deberíamos saber amasar…
Somos
buenos para el pan…. Y nos encantan las cosas ricas y caceras como los calzones
rotos, las sopaipillas, las empanadas, los picarones, los chilenitos, el pan de
huevo y los empolvados; Cada día somos menos los que cocinamos estas exquisitas
masas y temo que de a poco se irán perdiendo recetas ancestrales como las
sopaipillas pasadas, al menos yo no sé cómo se hacen.
Personalmente
nunca me gustó la cocina, me crie viendo a mi madre y abuela pasando horas y
horas preparando almuerzo para que en 20 minutos se acabara, veía la paciencia
con que desgranaban los porotos, hervían horas la carne de la cazuela para que
quedara suave, toda la mañana moliendo el choclo para las humitas y qué decir
de las empanadas… Cada vez que yo ayudaba era más bien un estovo por lo lenta y
torpe, en plena adolescencia no me podía ni comparar con estas maestras de la
cocina, por lo que me limitaba a pelar papas, poner la mesa, hacer un jugo y
tal vez preparar un tuti fruti.
Para mí,
un simple queque era toda una aventura y después de muchos queques duros,
crudos y con hoyos inesperados asumí mi el rol de ayudante casual y deje mis
intentos mediocres de cocina.
Cuando me
case y me fui a vivir a Parral, sola y desamparada, tuve que comenzar a cocinar
de verdad, siendo mi plato principal el arroz con bistec y ensalada de tomates
o lechuga. Debo admitir que le tome un gustito especial al cocinar sola, ya no
estaban estas gigantes de la cocina observándome y podía equivocarme a mi
antojo, como esa vez que puse 1 taza de arroz y 4 de agua… Pero no fue hasta
que mi hijo Patricio comenzó a comer “de la olla” que de verdad tome con
seriedad el asunto, pues tenía que cocinar sano, nutritivo y con variedad,
sobretodo porque el niño me salió mañoso. Así que mis primeros platos fueron
casi todos con carne molida como los fideos, el guiso de zapallo italiano con
carne, el asado alemán, el charquicán, la carbonada, para que así no le costara
mascar al muchacho.
Sin
embargo esto de amasar comenzó después, cuando mis niños empezaron a ayudarme,
nada más entretenido que hacer pancitos
de estrellas y corazones… y como todos lo pasábamos bien con las manos en la
masa comencé a preparar sopaipillas, calzones rotos y los infaltables
panqueques con manjar. Mi menú se fue incrementando cuando conseguí la receta
de las empanadas de mi mamá y del pan amasado de la tía rosa. Pareciera que mi
Coincita nació para amasar, pues cuando lo hace sus manos vuelan sobre la masa,
maneja el uslero mejor que yo y lo disfruta a montones… “El otro día me dijo,
mami, mejor tu fríe no mas, yo armo los calzones rotos”
Ahora,
con la gran ayuda de internet, he aprendido a hace empolvados y dobladitas.
Mi hijo
Patricio me dijo el otro día, “mamá, anota la receta, que siempre se te olvida
de donde la sacaste” y es verdad, pues tiendo a hacer algo muy rico y luego
olvido de donde lo saque y pierdo tiempo volviendo a encontrar esa receta precisa
que se ajusta a mi despensa y bolsillo.
Y hoy…
prepare unos pancitos ricos para el desayuno… ¡Y sin levadura!
Si a los chilenos nos gustan tanto las masas… porque no amasamos todos entonces…
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